17.3.09

SueÑos!

¿Quien eres tú que irrumpes así en mis sueños?
¿Quien te ha dado ese permiso?
¿Quien eres tú, para entrar así en mis sueños y hacerme el amor como lo haces?
Anoche te he soñado de nuevo,
No sé porqué,
No se quién eres,
No se de dónde vienes,
O donde te encontraré
Me haces sentir todo eso que me impido sentir con los demás.
Esa emoción, ese miedo, esa envidia con las demás cuando simplemente te miran.
No se como es que haces eso, el hacerme creer que es posible amarte realmente, el desearte cada segundo, el querer tenerte a mi lado sin importarme nada más, muy cerca de mi, dentro y fuera, jamás lejos y siempre a mi alrededor. Eres como un capricho, el más fuerte de mis bajos impulsos, de esos mis deseos más profundos.

Anoche comenzó el sueño con una persecución, estando tras una pared, mientras me escondía de ti, esperando pasar desapercibida, lograste ver a través de las aberturas en esa pared, que más que mantenerme encubierta era lo que me delataba. Al momento que nuestras miradas se cruzaron, entré en pánico, te acercaste a mi como asechándome, mis sentidos fueron más allá del terror, y no me quedó más remedio que salir corriendo, suplicándole al espacio se ampliara para que no me alcanzaras jamás. No fue suficiente mi súplica.
Llegue a un cuarto estilo blindado, todo cerrado por dentro, no había manera de que entrara ni un alma sin antes yo lo permitiera; tras tuyo venían dos más, no estoy segura de quienes eran, creo amistades tuyas. Aun así, solo te miraba a ti, eras tú quien me causaba terror. No se porque, tu apariencia era más que angelical, por decir algo, piel de un tostado con tintes dorados a la luz, cabello corto castaño, labios rojos y abultados, barbilla afilada y facciones de lo más seductoras, ojos grandes y claros, con una mirada profunda que al mirarme penetraba, hasta el rincón más sensible de mi ser. No podía dejar de mirarte, luchaba contra mis propios impulsos para no dejarte entrar, podía sentir el palpitar de mi corazón en mis manos, un latido tan fuerte que retumbaba en mis piernas, donde intentaba contener mis manos para no quebrar mi voluntad e intentar tocarte. Mis piernas luchaban por mantenerse quietas, temblaba como si se sintiera un frío de menos grados, mi respiración se agitaba aún más de lo que podía controlar mi pecho, estaba apunto de la hiperventilación, sentía mareos pero con sinceridad no estoy segura si era por la agitación del miedo o la emoción de tenerte tan cerca. Por dos segundos cerré los ojos para hacer fuerte mi voluntad y contenerme a esa manera de hechizo con la que me mirabas, fue entonces cuando algo sucedió, perdí conciencia y aún no me explico como es que entraste a ese cuarto estilo blindado. De repente te tuve justo frente a mí, y de la nada por esas ventanas que ese cuarto tenía alrededor, vi pasar mucha gente corriendo, como temiendo ser alcanzados, y me encontré desorientada viéndolos correr y gritar, algo extraño, sentí peso en mis piernas al estar sentada en un banco estilo reclinable, muy cómodo si es que no salgo mucho del tema al mencionar. Estaba cubriéndome la boca con mis manos como si quisiera ahogar un grito de desesperación al ver a todos correr, fue cuando sentí más pesado algo en las piernas, atónita seguí viendo a todos correr a través de esos cristales que por alguna razón no permitían escuchar nada de un lado a otro. Fue cuando baje lentamente mis manos para sentir que era eso que me daba pesar en las piernas, pero sin quitar la mirada de los histéricos, fue cuando sentí una piel cálida, era algo familiar y de la nada un aroma de lo más dulce, pero fuerte, bravo pero sutil, fue lo que rompió de tajo mi estrés y jaló mis sentidos ha averiguar lo que era.
Eras tú como caído en mis piernas, era tu espalda lo que toqué, me asusté cuando vi que eras tú, mi primera reacción fue levantar mis manos, como si algo me hubiese quemado y quisiera apartarlas de ello, entonces de reojo me miraste y me brindaste una sonrisa entre burlona, tierna y pícara. Realmente no lo entendí, fue como si de tajo entraran en mi una ira, un deseo, una felicidad; fingí intentar empujarte de mi regazo, obviamente el intento fue como una burla al hecho. En eso dijiste algo, no lo escuche con claridad, y tampoco intenté entenderlo, me pedías intimar, y mi respuesta como a todos fue negativa, en eso fue como si estallaras en furia, lo noté en tu mirar, es como si hubieras querido golpearme o al menos gritarme tan fuerte que me dejases sorda. Pero no lo hiciste, lo volviste a pedir, y de nuevo una negativa, fue cuando tu rostro denotó frustración y es como si te hubiera defraudado. No se porque razón eso me hizo ruido, es como si no quisiera defraudarte, pero me negara a complacerte por la simple razón de no quererlo aunque era obvio para mi inconciencia que era todo lo contrario. De nuevo dos segundos pasaron y percibí tu insatisfecha presencia en ese lugar, como si intentaras decir adiós con la esperanza de una reconsideración de mi parte. En eso, cuando sentí que lo dirías, que te despedirías y no volverías de nuevo, fue cuando mi corazón o mis deseos que se yo, utilizó mi boca antes que mi razón, y te dije “esta bien, pero será como yo quiera”, en eso volteaste con esa sonrisa pícara, como sabiendo que lo reconsideraría si te sentía perdido. Eso me molestó, pero decidí ignorar ese sentimiento, y dejarte intentar hacerme feliz. Fue cuando te pusiste un poco brusco, de la nada te acercaste de golpe al banquillo en el que me encontraba, y fue tan rápido e inesperado que ni siquiera me diste oportunidad de juntar lo más fuerte que pudiera las piernas para seguir negándome, hasta que no quisiera jugar mas, al parecer tú ya estabas harto de juegos y querías ir directamente a lo que te interesaba, volviendo a lo inesperado de tu acercamiento, de repente estabas tras esa barra que se interponía entre el banquillo donde estaba sentada y tú del otro lado de pie viéndome como si me hubieras ganado. Me quedé callada, no encontré palabras ni argumentos con que molestarte, me tenías muy nerviosa estando entre mis piernas, empujándome los muslos con tus caderas uno lejos del otro, asemejando un compás. Tu pecho desnudo frente a mi y de nuevo ese aroma adictivo, descubrí que era tu piel, y ese toque sutil de no sé tal vez loción, o el simple deseo a flor de piel. Podía ver pequeñas cicatrices, como golpes o caídas pasadas, juegos de antaño, que conmigo no fueron, las recordaría o seguramente habrían sido más escandalosas, más grandes y perturbadoras a la vista, ya que suelo ser así, me gusta dejar recuerdos duraderos.
Intentabas mirarme directamente a los ojos, por ende evadía casi cualquier contacto visual, ambos sabíamos que sería por demás vulnerable si es que se cruzaban de nuevo las miradas. Continué explorando tu pecho cuidadosamente, grabando en mi memoria cada centímetro de tu piel, era como si una niña tuviera al caramelo más deseado en sus manos y no se atreviera a tocarlo o probarlo por miedo a que se terminará, sentía tu mirada buscando la mí, fingir demencia, una de mis más desarrolladas habilidades.
Comenzaste a desesperar, reacción esperada, te estaba probando, quería saber que tanto aguantabas, no fue mucho, también eso lo esperaba. Me tomaste con fuerza por los brazos, como reclamo o de esas veces que se maltrata a alguien, acercaste tu cara a la mía obvio yo me giré, notaste mi no tan sutil gesto de burla, y con desden y tal vez un poco de odio dijiste con voz carrasposa “será como quieras, pero no cuando quieras”, en eso me soltaste bruscamente, un intento de empujón para demostrar las posiciones de ese extraño juego que nos cargábamos. Comenzaste a desabrochar el cinturón, por alguna razón me dio miedo, no es que me golpearías o algo, si no que, de nuevo esa sensación de aturdimiento eso que me hacía tenerte miedo, tal vez y muy probablemente el miedo no es a ti, si no lo que representas, alguien contra quien no puedo luchar, negarme de dientes para fuera, pero realmente le ruego quedarse cerca.
Tus amistades, o quienes te seguían, se posicionaron de espaldas a nosotros, pero sin alejarse demasiado, imagino que me conocían de antes, sabiendo mi tan popular capacidad de omitir sentimientos y goce de lacerar a quien me plazca, tal vez temían por ti, cuidaban que no enloqueciera y te lastimara demasiado.
Altanero, ególatra, sin temor de nada, muy parecido a mí, es lo que veía en ti mientras te preparabas, pensé “¿será un reflejo?”, “¿a caso tengo un espejo frente a mí?”, pero era obvio que no eras un reflejo o algo así, eras más real que eso, poseías voluntad propia, lo que muchos otros jamás supieron descubrir. Volteaste y te reíste, esta vez fue sincera, con cierto toque de pena. No podía evitar más el encuentro, así que cuando te tuve tan cerca que podía saborear tu olor en mi boca, mi única reacción fue decirte “voltéate, primero te haré unas pequeñas heridas” y comentario siguiente en mi mente fue “para que no me olvides”, de la nada apareció un pequeño cuchillo en mi mano, una especie de navaja o algo parecido, comencé a pensar como lastimarte, y recorrí tu espalda con la palma de mi mano, mientras que con la otra sostenía la hoja afilada, mientras sentía tu piel, poco a poco me arrepentía de mis insanos caprichos, y noté tu estrés al saberte casi herido, tu piel se erizó, cuando despacio pase la hoja afilada solo para hacerte temblar, realmente no te dañaría, eras lo bastante hermoso como para arruinar tal escultura, pero tampoco sería tan benevolente de dejarte ir liso, digo de cualquier manera no te tocabas el corazón para hacerme sentir nerviosa y aterrorizada. Comencé a pasar la navaja con un poco más de fuerza en tu espalda a la altura del hombro izquierdo. Podía escuchar el rechinar de tus dientes, al aguantar el dolor, cosa que me causaba gracia, pero no seguí por mucho tiempo, la herida fue superficial, una fina cicatriz quedaría de eso, tampoco quería ser quién arruinará tan deseable piel.
Te dije “ya señorita no sufra más, he terminado, noté su sufrimiento incluso estando de espaldas a mi” con mi tan usual tono sarcástico. Te recargaste, apoyando tus grandes manos rasposas en mis piernas, volteando la mirada al hombro lastimado intentando ver que tanto era el daño, y te dije “ya te dije que no te preocupes, solo es un poco de sangre, es superficial, no te lastimé tanto”, me dio la impresión de que no me creíste, pero no me importó mucho tampoco. Entonces ya no había nada más que pudiera retardar las ansias, te acercaste de nuevo a mi cara, pero ya lo abrupto y grosero se fue, es como si hubieras querido besarme, que de nuevo me quité, acto reflejo; “finta” dijiste en voz baja y recargaste la frente en mi hombro izquierdo. Es gracioso, realmente podría jurar que escuchabas mi corazón desde ahí, y si no lo escuchabas seguramente lo sentías, porque era tan fuerte que lo sentía latir por todo el cuerpo.
Levantaste tu mano poco a poco, como si quisieras ser gentil, pero mi naturaleza en contra, te impedía serlo, sabías que no lo permitiría tan fácilmente. Recordé a tus acompañantes, voltee y estaban sentados viendo el televisor, no sé que verían porque ni siquiera sabia que había un televisor ahí. Sentí tu mano en mi rodilla, te arrepentiste de subir y preferiste bajarla. Escalofríos por doquier, “tonto” pensé y esbocé una sonrisa ingenua, te percataste de ello, y te impulso a pasar de la rodilla al cuello. Me sentí acorralada, no quería ni moverme, no me sujetabas con fuerza, pero era tanta la presión de mi piel que cualquier rose se sentía como un estrujón. Bajaste un poco la mano suavemente, esperando mi permiso, para que no la quitara por sentirme agredida, raspé mi garganta cuando apenas ibas un poco más bajo de una cuarta de mi cuello, entendiste el mensaje, te quedaste quieto, y me mirabas de reojo esperando que te viera también, cosa que no hice, sabía que lo esperabas, así que me negué rotundamente, acto siguiente, yo me incliné un poco hacía ti, tomando impulso, al menos eso te hice ver, realmente estaba juntando el valor de dar el siguiente paso, permitirte seguir. Respiré hondo como si se acabara el oxigeno del aire, y fuera mi última bocanada para sobrevivir, aspiré con tal fuerza y sostuve dentro, fue cuando te tomé por poco arriba de la cintura y quedaste tan pegado a mi que no se cual de los dos corazones sentía latir. Yo creo que era el mío, aunque si me pidieran apostar mi vida a la confirmación, preferiría dejarte la afirmación a ti. Egoísta, lo sé, me gusta mi vida o al menos es lo que admito.
Acercaste tu boca a mi cuello, sin mover la mano de mi pecho, sin subirla ni bajarla, sin intentar nada, sé que dijiste algo, sentí el movimiento de tus labios, pero de nuevo no entendí lo que decías. Gritos, y más gritos de euforia, tus acompañantes se exaltaron, no volteaste, pero me asusté, yo quería ver que pasaba, y no me dejabas moverme mucho, era como si te hubieras quedado desmayado o petrificado casi encima de mí. Fue cuando te decidiste, me empujaste hacia atrás, eso si fue un poco brusco, detrás en la pared a mis espaldas hay dos tubos, como pasamanos, del impulso me tomo de ellos uno en cada mano, te das cuenta y te tomas del derecho y me dices “miedosa, no nos vamos a caer, tu ten fe”, y yo obviamente escasa de fe, me sujeto con fuerza con las dos manos, digo lo peor que puede pasar es caerme y golpearme la cabeza, pero el hecho de perder el control y el equilibrio es lo que me asusta. “No te preocupes” vuelves a decir, y te veo con ojos de incredulidad mal intencionada, y te digo “si me caigo, me las vas a pagar”, te ríes de mí, y me buscas la mirada, comprendí tu juego, intentas hacerme caer, no solo yo soy quien te prueba, estas intentando hacerme sentir vulnerable. Así que decido no pensar más en eso, pero no me suelto de los pasamanos.
Poco a poco intento juntar las piernas, pero como desde el inicio estás entre medio de ellas, imposibilitándome mi meta completa. Hago mi mejor esfuerzo, pero no lo logro, sí claro mi “mejor” esfuerzo. Pones tu mano sobre la mía, en el pasamano de donde nos sujetamos ambos, y entremetes tus dedos a los míos, y pienso “mientes, a ti también te da miedo caer”, así que arriesgándome, suelto ese tubo, cosa que te intriga, imagino que piensas, como se atrevió, pues si, de cierto modo sé que te estarás sujetando, así no tengo que cargar ambos pesos yo solamente. También de cierto modo es una “acto de fe”, aun que no mucha que no me he soltado totalmente. Me besas el cuello, haces cosquillas con esa barba crecida, y de nuevo le doy la vuelta a tu mirada y me paso a dejar caer la cabeza a la nada, así no podrás ver mi rostro, quedo con una mano, la cabeza y ambas piernas al aire, ya parezco contorsionista, ¿o como es el nombre de estas chicas que levitan en los circos?, no sé, pero eso parezco. Me he dado cuenta que tienes los pies contra la barra, tú también levitas!, como es eso, ¿ambos estamos a merced de la gravedad?, seguramente no te importa, es cuando nuevamente entro en pánico, el golpe será duro, y sí, el golpe fue duro, pero no fue contra el piso. Me sorprendió tu audacia, nunca pensé que lo harías sin mi permiso explicito, aun que supongo que era obvio que lo tenías por la posición implícita en la que me encontraba.
Dos, tres veces, “tienes espíritu amigo” pensé y me reí casi en voz alta, sigues y sigues, cuando me he dado cuenta, realmente estoy sonriendo, y solo pienso en ti, no en lo que hacemos, sino en que te gusta, en que no, si te gusta ver el amanecer, o las palomitas dulces, que películas sueles ver, que piensas cuando estás apunto de dormir y sobre todo en que sientes al estar aquí, conmigo.
Después de un rato en silencio, hablas y dices “¿que te pasa?, ¿te sientes mal?”, y yo solo pienso en decir, “¿y tú como te sientes?”, así que me limito a contestar, todo bien. Te ríes y de la nada junto valor y te digo, “me voy a soltar, así que agarra este pasamanos también, y voy a subir las piernas a las tuyas, ¿ok?, es que ya me cansé”, y tu reaccionaste apenado y dijiste “si, si, claro, súbelas, y yo nos detengo”, me causó gracia que te mostraras apenado, y deje salir una risa espontánea, lo que te llevó a reírte también, y fue un momento de relax. En eso fui yo la que actuó, te dije muy segura “te va a doler” y puse mis manos en tu espalda, acto seguido un escalofrío te estremeció, y me preguntaste “¿porqué?”. Me reí y te dije “te voy a clavar las uñas en la espalda, me aferraré a ti, y te va a doler, así que te aguantas”, me miraste con cara de asombrado y dijiste “¿qué te hace pensar que me dejaré hacer eso?”, a lo que contesté “¿no te dejarás?”, no te quedó más que aferrarte a los pasamanos, y me dijiste “ya”, a lo que realmente me aferré a ti, eres a quién le he confiado mi mayor acto de fe, dejo que me sostengas, que cuides de mi, y continuamos. Sentía que el banquillo no podría más, casi podía sentirme en el piso por el golpe de la caída, pero me importó más narrarte que es lo que hacía en tu espalda, y concentrarme en el rechinar de tus dientes, mientras respirabas con la boca entre abierta. “Aguanta, no duele tanto, aguanta, sé que puedes, aguanta” te dije, podía sentir mis uñas clavándose en tu piel, y poco a poco lo húmedo que dejaba la poca sangre que salía de las heridas, fue entonces cuando dijiste “no me hagas mucho daño, por favor, cuando terminemos me quiero poder recargar”, me reí, incluso cuando te dañaba seguías con bromas. Así que opte por hacer un último arañazo y te lo dije “este es el último, y para que no me olvides”. Pasé mi uña del meñique, la más afilada de una manera rápida pero lenta a la vez, pero si profunda, fue cuando si lloriqueaste. Me sujeté de tus hombros a manera de abrazo. Y terminamos.
Ibas a quitarte, cosa que no dejé, me quedé abrazada a ti y fue cuando voltee y te vi a los ojos, no se que me dio mas gusto, ver que eras tú a quien abrazaba o que siguieras ahí dejándote abrazar por mi. Lo que fuera, me dio gusto. Y te besé lo mas tiernamente que pude, fue cuando te permití poner la mano donde quisieras no solo en el pecho, y decidiste dejarla donde mi corazón. Mi corazón latía tan fuerte como antes, pero sin agitación, los latidos eran fuertes y claros. Y ahora solo se sentían en mi pecho.
Lentamente nos levantamos y me quede sentada en el banquillo, creo que lo quería guardar o que nadie lo tocara, algo tonto.
Te ibas a poner la camisa y te dije “ven, vamos te curo las heridas”, justo estábamos por pasar a la otra habitacioncita, imagino era el baño o un armario. Entonces volteas al cristal y te quedas quieto, cuando volteo a ver que captura así tu atención, la veo a ella. Una mujer joven, la conoces supongo ya que la ves como si fuera un recuerdo que viene a tu mente. Te pregunto con recelo “¿quién es ella?”, te quedas callado unos minutos sin quitarle la mirada, volteó a verla y ella está igual, con lágrimas en los ojos, no de sufrimiento, sino algo así como felicidad. Yo a tu lado abrazándote de costado, intentando demostrarle que estás conmigo ahora, y cuando estoy apunto de preguntar de nuevo la identidad de esa joven, me contestas a lentas “es mi…” y volteas a verme con sorpresa como cayendo en cuenta de lo que me ibas a contestar, me cambia el estado de ánimo abruptamente, estoy tan molesta contigo, pero no pretendo dejarte ir tan fácilmente. Eres con quien volvió mi fe, no dejare que te aparten de mi lado, ella perdió, no se como, no se porqué, pero tampoco me importa, tú te quedas conmigo. Ella recarga una mano en el cristal como pidiéndote salir, a lo que me aferro a tu piel y a tu cinturón ya puesto. La veo fijamente, pero parezco invisible a sus ojos, solo te ve a ti. “¿Qué es eso que la hace ignorarme, el verlo solo a él?, ¿qué no sabe quién soy?, ¿Qué no sabe que la puedo lastimar realmente si me lo propongo?, ¿Qué no sabe que él ya es mío?”. Dudas invaden mi cabeza, dan vueltas pensamientos despiadados hacia ella. En eso tú, con voz casi apagada me dices “¿podría salir un momento a hablar con ella?”, “¡DIOS!... me haz roto el corazón” gritan mis sentidos y sentimientos. “¿Para qué?” te contesto, “¿a caso quieres ir con ella?, porque si eso es lo que quieres, vete, no te necesito aquí, ya me he divertido” y mis ojos llenos de lagrimas reprimidas me delatan ante él. Es cuando se da cuenta que realmente puede lastimarme, “¿porqué me ves así? Le digo, no quiero lástima, no la necesito, al final eres como todos, lo sabía; anda ve te está rogando que salgas”, ¿porqué? pienso, él se supone se quedaría. “Voy a salir” dijiste, y fue cuando claramente sentí lo que por largo tiempo escuche describir a muchas, mi corazón rompiéndose. No sé exactamente como funciona, ya que el corazón es un músculo y no se puede simplemente romper, pero así fue, mi corazón colapsó y se quebró, realmente escuche ese crujir al momento que se partió y desquebrajó en pedazos. En ese momento no lo pude mirar, y el atrevido me tomo de la mano que tenía libre, ya que en la otra sostenía empuñada mi mano aferrándome a su camisa, “LARGO, yo no soy la que te está suplicando, la puerta esta abierta, solo que cuando salgas se cierra por dentro y no vuelves a entrar, así que más vale que cuando salgas sea para irte con ella”. Le arrebaté mi mano y tomé con ella su camisa, alzándola cerca de su cara y le dije “imagino que no extrañaras esto, me lo quedo como trofeo, al fin y al cabo fuiste uno de muchos”, pero mentí con todas y cada una de esas palabras, no era uno más, jamás lo habría sido, y su camisa no era un trofeo, era el tortuoso recuerdo del como llegó y del como se fue.
Nervioso me miraba y la miraba a ella, dude en darme la media vuelta, temiendo que al darle la espalda aprovechara para salir cuando no lo mirara con mis ojos llenos de lagrimas agolpadas en mis párpados, no era mi intención dar lástima, y comencé a entender a esa joven que pretendía llevárselo, ella tampoco quería dar lástima, eran sus lágrimas las que la delataban, igual que a mí.
Pero “a mal paso darle prisa” pensé, si se va, que lo haga cuando no lo vea y de una vez, que se vaya cuando no lo estoy viendo, será más fácil fingir que nunca estuvo, si se va como llegó “de repente”, ya que si lo veo partir eso será el último recuerdo que tenga de él. Así que me voltee, y aspiré lo más hondo que mi sollozante respirar me permitió. Escuché la puerta abrirse y sentí el impulso de voltear, pero me contuve, pensé “déjalo, se va porque así debe ser, no supliques amor, porque si se queda al suplicar se quedará por lástima no por amor”, contuve el llanto lo más que pude, que para mi fue una eternidad, cuando realmente fueron el minuto y medio que tardaba en cerrarse la puerta al salir, todavía no terminaba de girarme cuando rompo en llanto pensándome sola en la habitación y dije en voz alta con los ojos cerrados y aferrando la camisa a mi, “por favor no te vayas, no me dejes aquí”, y me doy cuenta que son sus acompañantes quienes han salido, tiemblo al verlo y pienso que no es él si no mi anhelo de que se quedará conmigo. Volteo desorientada al cristal y la veo llorando desolada, a pesar de que no se escuchaba en lo absoluto su voz claramente podía oírla llorando implorarme dejarlo salir, y a él pidiéndole ir con ella. Los acompañantes fungieron como escolta para ella y él recargado con pesar en el cristal pidiéndole en voz baja fuera feliz y diciéndole adiós, no podía entender porqué se quedó, si eso le causaba tanto dolor, tanto pesar y como usualmente lo haría pregunte al aire “¿porqué te quedaste si eso te hace llorar?” insipiente de mi debilidad, creyéndome igual de fuerte que antes, seguí “¿a caso tan infeliz serás conmigo?, prefiero que te vayas a verte sufrir así” soberbia quise mostrarme pero me falló, ya que dije lo contrario de lo que pensaba decir “ya que eso me hace sufrir más a mi, ve con ella o con quien sea, no soy buena compañía, no ahora, no después, sólo se llorar y hacerte sentir mal” y proseguí con mi llanto, enfadada conmigo misma “demonios porque sigo llorando, aguántate idiota, que no te vea así, no se querrá ir, das lástima”. No me di cuenta de que te acercabas a mi, y me abrazaste, dijiste “estúpida, eres una estúpida, no lo hago por ti, me quedo por que así lo quiero, no creas que tu puerta me detiene, ya sabía que siempre esta abierta, como crees que entré, además tu quieres que me quede, deja de ser tan idiota”, me quedé callada, atónita, te pregunté “¿qué haz dicho?, me haz insultado, ¿Qué no crees que te puedo echar cuando yo quiera?, no te creas tan indispensable, estúpido”, mi comentario no sirvió más que para confirmar el hecho de que te quería a mi lado y lo entendiste a la perfección. A lo que tu contestación fue “¿que no habías dicho que me curarías las heridas?, o sólo lo dijiste por decirlo, ya sé querías llevarme al otro cuarto para declararme tu amor incondicional, no te preocupes yo te lo juro aquí mismo”, me sonrojé y contesté “ven y te las curas tú mismo, deja de ser una señorita. Y ¿sabes qué?, te va a doler, el curarlas… y el estar conmigo, no lo puedo evitar” dudosa del porqué hice ese último comentario, a caso era una advertencia para él o seguramente mi inconciencia quería saber cual sería su respuesta. Y lo último que recuerdo que dijiste fue “sí lo sé”.

Y así pasó, ¿qué más puedes decir a eso?
¿Entrarás de nuevo en otro sueño?
Pero ahora si quiero saber quién eres tú para irrumpir así en mis sueños.
Que está no es la primera vez.
Y sé que volverás a entrar, al menos espero no sea la última.